jueves, 28 de agosto de 2008








SILVIO RODRIGUEZ DOMÍNGUEZ
Cantautor nacido en el país de Cuba.
Empezó su carrera artística dibujando caricaturas para un revista que organizaban jóvenes cubanos.
Luego al pasar al Servicio Militar Obligatorio que duraría tres años, comenzó allí a escribir lo que serian las primeras canciones del trovador (como Silvio prefiere presentarse).

Hoy en día Silvio Rodríguez es un representante de la ideología de todo un país y referente del mismo.
Con la increíble genialidad de poder expresar en sus mas de 3500 canciones los aspectos mas sensibles de la sociedad: el amor, la lucha por la justicia, la simplicidad, la locura, y tantas otras que son homenajes a grandes personalidades de la historia mundial, así como a hechos significativos de la sociedad.

Elegí a Silvio Rodríguez, para presentarme a través del, por muchas razones.
Quizás la mas evidente es que me identifico con lo que expresa en sus canciones, y esa forma casi utópica de ver la vida y la realidad, me resulta mucha mas verídica, que la cotidiana vida que llevamos (o por lo menos que llevo).
Otra explicación es que realmente necesito creer que se puede forjar un mundo que se base en igualdad social, en un lugar libre de guerras por poder, que exista el amor universal, el respeto a la vida y el amor a ella.
Y eso es lo que yo interpreto en sus canciones.

Ahora bien, la tarea de elegir el personaje me resulto fácil, pero la consiga se extendía a poder expresar que diría nuestro personaje de Salud y Enfermedad.
“Yo”, y repito “yo creo por lo que puede uno discernir a través de las canciones, que Silvio opinaría que la Salud y Enfermedad la piensa en términos a demás de individuales a nivel social, y creo también que se explayaría en esa idea diciendo algo así como que, la Enfermedad se ve a traves de la imposibilidad que tiene una sociedad para tomarse como una unidad que se realimenta, modifica y es funcional de igual manera para todos los individuos de una misma sociedad, cuando un país carece de Salud, no es una sociedad en su conjunto sino distintos estadios sociales que se relacionan y que forman una simbiosis mas que una retroalimentación.
Creo que diría que a una sociedad enferma no le interesa el hombre sino el bienestar de una reducida agrupación que se alimenta de el resto de la sociedad. Estas sociedades están enfermas de violencia, dolor, hambre, injusticia, burocracia, envidia, codicia en resumen falta de amor universal”.

Otra de las consignas fue saber que diría el personaje que se eligió de la locura.
En mi caso considero que para ser fiel a Silvio lo mejor será transcribir una canción de él, que se denomina “EL HOMBRE EXTRAÑO”







EL HOMBRE EXTRAÑO.

Era extraño aquel hombre
o por tal lo tomaron,
porque besaba todo
lo que hallaba a su paso.
Besaba a las personas,
al perro, al mobiliario,
y mordía dulcemente
la ventana de su cuarto.

Cuando salía a la calle,
le iba besando al barrio
las esquinas, aceras,
portales y mercados.
Y en las noches de cine
(también las de teatro)
besaba su butaca
y las de sus costados.

Por éstas y otras muchas
los cuerdos lo llevaron
donde nadie lo viera,
donde no recordarlo.
Y cuentan que en su celda
besaba sus zapatos,
su catre, sus barrotes,
sus paredes de barro.

Un día, sin aviso,
murió aquel hombre extraño
y muy naturalmente
En tierra lo sembraron.
En ese mismo instante,
desde el cielo, los pájaros
descubrieron que al mundo
le habían nacido labios.






Para terminar les dejo aquí una breve descripción de Silvio Rodríguez por Mario Benedetti





Silvio por Benedetti

Por muchas razones, y hasta sinrazones, Silvio Rodríguez es un cantante fuera de serie. Cofundador, con Pablo Milanés, Noel Nicola, Vicente Feliú, Eduardo Ramos, Sergio Vitier (y aunque nadie sabe quién la bautizó así) de la Nueva Trova, ha aportado su indudable prestigio a un movimiento que revitalizó la canción cubana y la catapultó en el plano internacional. No obstante, aún dentro de un núcleo tan fermental, con el que siempre se sintió plenamente identificado, Silvio es un talante inconfundible. Curiosamente, su voz no es cálida ni grave ni particularmente seductora, sino más bien aguda, de un timbre casi metálico y sin embargo frágil. Al escucharlo, uno llega a temer que en cualquier momento se le quiebre, y ese riesgo ( que en su caso no es deliberadamente buscado sino más bien lo asume como algo irremediable) también forma parte de su extraño atractivo. Con características que en cualquier otro cantante serían anticarismáticas, Silvio funda precisamente su carisma. Quizá el secreto resida en que siempre transmite una gran sinceridad, una honestidad a toda prueba, un no aparentar lo que no es, y, en estos tiempos de famas prefabricadas, de engendros de la machacona y mistificadora publicidad, esa actitud, a la que el público accede sin intermediarios, significa una bocanada de aire fresco en un ámbito, como el del espectáculo, por lo común tan especulativo como artificial. Salvo en casos excepcionales, Silvio es autor de la letra y la música de sus canciones. Como en los ejemplos de Pablo Milanés, Chico Buarque. Viglietti, Serrat, Aute y no muchos más, esa doble autoría otorga a sus producciones una unidad esencial. Sean o no el resultado de un desarrollo paralelo, letra y música aparecen como gemelas (jimaguas, diría en Cuba), copartícipes en el acto de la parición. Fundamentalmente, las letras de Silvio, sobre todo las que crea a partir de una duramente adquirida madurez, tienen un nivel textual tan afortunado que (algo no demasiado frecuente en los cantores populares) conservan su validez política aun sin el básico soporte de la música. Alguna vez he sostenido, y su trayectoria posterior corrobora ni diagnóstico marginal, que Silvio es un poeta que canta, y más aun: que es uno de los poetas más talentosos de su generación. Siempre recordaré como conocí a Silvio y a Pablo en La Habana, allá por el año 1966. Era mi primera visita a Cuba. Unos amigos me habían invitado a cenar en su casa y me anunciaron que más tarde vendrían dos cantantes muy jóvenes, todavía casi desconocidos. Por fin llegaron con sus guitarras y cantaron cinco o seis canciones cada uno. Tuve la rara sensación de que asistía a un viraje importante de la canción cubana: por un lado estaba presente la tradición trovadoresca, y por el otro una propuesta asombrosamente innovadora, que transformaba, enriqueciéndolos, los ritmos heredados e insertaba en las letras un sentido tan comunicativo como el de la poesía conversacional, entonces en pleno desarrollo en América Latina. Varios años después, escuchándolos de nuevo en textos y música de más rigurosa factura, les pedí que cantaran aquellas letras primigenias que les había escuchado en el 66. Pero no las recordaban. Lo cierto es que en ese lapso habían creado tan frenéticamente nuevos cantos, que aquellos iniciales, tan importantes para mí, habían sido cubiertos por su propio olvido.




Este libro de Joseba Sanz tiene un valor inapreciable: inserta la obra del cantante en su vida, las sigue a ambas paso a paso, estrofa a estrofa. No es sólo una cronología ampliada, sino un curriculum espiritual, una efemérides de estado de ánimo. Por primera vez el oyente de Silvio podrá aquilatar no sólo una ruta artística sino también un recorrido vital. Podrá comprobar así que el mayor compromiso (palabra hoy tan subestimada por la dejadez postmodernista) de Silvio es con la vida, a la que no canta de lejos sino metida en ella hasta en los tuétanos. Participando en la campaña de alfabetización, embarcando hasta África en el barco pesquero Playa Girón, empuñando un fusil para defender su Revolución, arriesgando su vida en Angola, cantándole al amor desde el amor, aprendiendo a tratar de igual a igual a las mujeres de su vida, creciendo con sus hijos, la trayectoria de Silvio es el hilo conductor de su canto, y cuando los públicos, leales y fervientes, de cualquiera de los tres mundos, lo aplauden con denuedo y naturalidad, no sólo están premiando su arte, también su coherencia, su fidelidad a la Revolución y a sí mismo, su capacidad de trabajo y su rigor, su calidad humana. Silvio nunca será un mito; no viaja con su pedestal a cuestas. Sus públicos lo saben y tal vez por eso lo tratan como a un querido y sencillo compañero, que les canta y les dice las felicidades y las desdichas que ellos también quisieran cantar y decir tan entrañablemente como él. Mario Benedetti